Formación Camaleónica
Por: Cristina Bustos

En términos románticos, diría que bailar es la forma más honesta de mi ser. Desde muy niña, he encontrado la manera de expresar mi ser a través de la danza, he logrado potenciar las preguntas esenciales desde esta área de la vida. Aparte, es mi modo de vivir. Me ha permitido conocer, es lo que me ha movilizado, lo que ha gestionado mis conocimientos, es mi mundo por fuera de esa plasticidad social en el convivio y en mi ser.
Y eso, ¿cómo lo relacionas con tu manera de enseñar? ¿Cómo lo llevas a la enseñanza?
Gracias a los azares de la vida, he podido enseñar con libertad pese a pertenecer a una institución puedo enseñar desde lo que mi cuerpo ha experimentado, lo que mi cuerpo me ha enseñado.
Después de un tiempo de transformación, de aprendizaje que se ha integrado, puedo enseñar, transmitir. No tengo una escuela determinada, he tenido una formación camaleónica. Ahora lo veo como una riqueza porque he podido enseñar desde esta diversidad. Muchos maestros -Le Coq, David Zambrano-, maestros compañeros, dinámicas de clase compartidas a la par, talleres con alumnos a quienes he enseñado y de quienes, luego, he recibido su riqueza. Desde un lenguaje diverso de mucha riqueza, he pasado por un aprendizaje de mucha repetición.
Tú enseñas materias prácticas y teóricas. ¿Cómo vives esta capacidad de desplazamiento y de diversidad en estos saberes?
Sí, imparto materias prácticas y teóricas. Todas han requerido de mucha investigación, reflexión y experimentación con el objetivo de profundizar en el conocimiento existente y producir nuevas preguntas que me conduzcan a un nuevo conocimiento. Procuro integrar la práctica y la teoría en mi quehacer docente, trabajarlas desde una transversalidad constante. Es un diálogo que me parece fundamental. Todo lo que leo, estudio, investigo y muevo va directamente a resonar en mi cuerpo, para que no sea una experiencia pasajera que ingrese en mi memoria sensible y deje sus huellas.
¿Cómo hago yo esta lectura, esta transversalidad? Respeto el proceso de cada alumno y asumo mi tarea como un guía y un acompañante, con una disposición crítica con todos y una mirada abierta hacia las ideas y propuestas de cada uno. Eso me permite construir rasgos técnicos formales para mi clase como un espacio compartido en donde el pensamiento sea móvil, no estático.
Eso de la independencia enunciativa, ¿cómo la defines?
Como docentes, adoptamos una enunciación que no nos pertenece. Es decir, partimos de una idea o concepto de algún escritor, teórico o maestro y luego de una reflexión; construimos ideas propias; creamos enunciaciones propias.
¿Cómo asumes esta enunciación?
No llegas al estudiante con información pura. Pasa por tu filtro; es decir tu manera de entender esa idea, concepto o enunciado. El aprendizaje es un conjunto de procesos individuales de pensamiento.
He recibido talleres con varios maestros, he percibido cada energía con su particularidad y he podido integrar estas experiencias varias a mi manera auténtica de moverme y de enseñar. Mis clases contienen todos estos aportes, que constantemente se transforman y enriquecen. Esa es mi independencia enunciativa, la que me pertenece.
Me gusta pensar que todo lo nuevo que uno aprende y vive llega al cuerpo y lo mueve, no solo se acumula como un montón de archivos en un repositorio uno encima del otro, sino que, al llegar al cuerpo, el ser en su complejidad lo cambia y lo transforma dándole la oportunidad de pensarse y adaptarse constantemente.
¿También eres coreógrafa?
Hace mucho que no he creado. Pero sí, he podido disfrutar del goce creativo cuando uno compone una obra. Tengo distintas composiciones creadas con los estudiantes de la universidad en la que trabajo y además tres obras de mi autoría que han sido el resultado de distintos procesos creativos y varias colaboraciones.
¿Por qué no has creado?
Por dejadez, por presión social. Mis trabajos coreográficos recibieron algunas críticas y eso tal vez me desmotivó. El medio laboral en el que me desenvuelvo y la ciudad en sí misma son muy machistas. Dos de mis obras tratan el tema de género y hablan de la mujer y su rol social, pero no han tenido la aceptación o el impacto que me hubiera gustado. Siento que las reacciones del público son sumamente variables y encuentro en ello belleza, pero he sentido que la aceptación de mis obras en mi lugar de trabajo, que es en el que he creado principalmente con grupos de investigación, ha dependido de unos pocos a los que no les ha gustado mi trabajo y entonces eso ha generado que a muchos no les guste sin siquiera verlo; es decir si el famoso director dice: «no es bueno», todos dicen: «no es bueno».
La constante invisibilización de la mujer en mi medio laboral y en mi ciudad es algo que no se puede negar, pese a ello, tengo y quiero seguir creando y no permitir que nada acalle mi potencia coreográfica. No me justifico, asumo mi estatismo como propio, pero quiero salir de este silencio prolongado y volver a crear.
¿Cómo sientes que se manifiesta la calidad de relación enseñando?
Me encontré con la danza desde una escuela sistémica y sumamente estructurada, como es el ballet, con sus ideas de belleza y perfección, el famoso –no comas una semana porque estás gorda, mientras más delgada más bella, etc.- Pero continué en el camino de la danza y fui descubriendo múltiples y diversos caminos y formas de moverse, ideas que hicieron de este mundo algo mucho más grande y extenso, hoy por hoy siento que la danza es infinita, que el movimiento es infinito, y es en base a esa sensación que la danza me enamoró.
Cuando yo me dediqué a enseñar, mis clases fueron un escape, ese lugar de la enseñanza fue siempre mi lugar de aprendizaje desde esa libertad. Otra cosa que fue muy buena, es que la mayoría de mis alumnos eran de ciclos iniciales, es decir que nunca antes habían hecho danza, cuerpos curiosos y ávidos por aprender, sin prejuicios, ni formas preexistentes. Eso me ha permitido investigar mucho y encontrar nuevas y significativas maneras de encontrarme con el movimiento y sus efectos. Probar y jugar constantemente con mis alumnos, permitía que la danza apareciera. Los veía, de repente, bailando conmigo. Cuerpos efervescentes. Mentes inquietas. Esto ha sido un regalo para mí como docente.
Danzar es contenido, danzar es moverse con conciencia. No es para crear una expectativa visual y ser calificada. Indagamos para movernos. Sin darnos cuenta, comenzamos a danzar sin la intención de bailar, pero si con la intención de observar lo que hacemos.
Cada clase con premisas claras, constituyen el terreno perfecto para descubrirnos y descubrir al otro en movimiento. El flujo de los saberes. El fluir del aprendizaje. La intuición, la sensación, el sentir.
El reto de los saberes construidos, los cuerpos, la creatividad no es una cosa quimérica; es nombrar los procedimientos específicos y en esos procedimientos es en donde emerge la poesía de la danza.
En diálogo con Javier Contreras y Paulina Peñaherrera, octubre 2020
