Carolina Váscones: Una travesía escrita

Es el escenario o el espacio vacío, el lugar en donde he podido ser con libertad. En la clase, durante la investigación, en el ensayo o la creación, puedo estar en mí. Entonces, la danza es un lugar que habita entre mis huesos, en mi corriente sanguínea, dentro de mis órganos, en mi corazón y mi mente. Mi travesía en el movimiento me define como ser-en-el-mundo. Arrojada en el piso. Buscando conectarme conmigo, con las otras y los otros, con el entorno.

De esta travesía creativa surgieron muchos solos que me permitieron encontrar un lenguaje y una estética propia, expresarme desde mi subjetiva visión e imaginería. Amarhelada (1997), Ángel de las aguas (1997), Niñas de piel (1999), La Boladora (2000), La huesudita (2001), Rafaga (2002) fueron mis primeros solos. Me gusta mucho hacer solos para mí, es una alquimia que me regalo a mí misma. Luego empecé a crear obras para otros, y así surgieron: Danza de piedra (2004), Tierras de fuego (2005), La polvareda (2006), Totora (Hadadas, 2007), Las olas del mar (2007), entre otras.

En este proceso de vida en movimiento, surgió también la docencia, y con ella, la investigación, mucho crecimiento y contacto con otras y otros bailarines más jóvenes que me ha enriquecido mucho y me ha entregado grandes amigas y compañeras. En los últimos años nacieron: Arqueología de tocto Ocllo y de la Pivihuarmi Cuxirimay Ocllo, obra creada en colaboración con Irina Pontón, (2016). Uruma (2018). Un mar de gatos (2020). La perla luminosa, Compañía Nacional de Danza (2020).
La danza me ha permitido vivir presente en la vida y que esa vida sea gratificante y creativa. Me encanta ser una bailarina, coreógrafa y profesora de danza. Abre mi percepción y me permite continuar creciendo.

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