Clarificando la función y la autoimagen: la experiencia de un taller del método Feldenkrais con Paulina Peñaherrera
Por: Andrés Palma
Este taller se realizó en El Útero los días 12, 13 y 14 de octubre del 2022 con siete horas y media de duración. Con el método Feldenkrais la expectativa estaba presente. Había escuchado de familiares y amigos interés y práctica de este método y, hace pocos meses, había tenido algunas clases en línea con la misma Paulina. ¿Cómo el centrarse en el cuerpo y en el movimiento podría ayudar a alguien a integrarse e, inclusive, a transformarse hacia un mayor bienestar en el día a día? En especial, tomando en cuenta que la mayoría de lo que haríamos sería de espaldas, sobre el piso y sin esfuerzo físico.
La invitación solicitaba ropa cómoda y abrigada, medias y una manta por si acaso el frío. Paulina coordina y organiza, recibe y abraza. Nos ubica en círculo en el espacio y nos cuenta sobre Feldenkrais, la persona. Moshe Feldenkrais (1904), doctor en ciencias, fue ingeniero, físico, inventor, artista marcial y estudiante del desarrollo humano. En la década de 1940 empezó a desarrollar el método que hoy lleva su nombre, explorando la relación entre el movimiento y la conciencia. Durante su vida trabajó con diversas personas, incluyendo a gente con parálisis cerebral, artistas, músicos, actores y pensadores. El método consiste -en pocas palabras- en una serie de movimientos, como señala Paulina, “brillantemente diseñados” para, a partir de ellos, desarrollar en cada persona una conciencia más profunda del propio cuerpo. Estos movimientos pueden realizarse fácilmente; son poco o nada habituales; no generan dolor o tensión y, sin embargo, ciertamente, su diseño es más que ideal para un proceso individual de exploración consciente, no solamente corporal sino emocional y mental. Yo no lo sabía, pero el método es parte de la Somática, entendida -luego lo supe- como un conjunto de procesos centrados en el cuerpo para lograr integración y transformación usando el movimiento, la sensibilidad, la conciencia, es decir, entendida como método o terapia.
Una premisa del mismo Feldenkrais dicha por Paulina me resulta tanto intrigante como conmovedora: “El objetivo del método es hacer la paz entre la fuerza de la gravedad y la persona”. Para lograrlo, los movimientos tienen su base y reminiscencia en aquellos movimientos que fuimos aprendiendo para movernos en la primera infancia.
Así como el diseño del movimiento, también las premisas iniciales me resultan brillantes:
- No hay maneras correctas e incorrectas de realizar un movimiento.
- No necesitan mirar a alguien más para saber si lo están haciendo bien.
- El cómo cada quién recibe la indicación verbal es importante.
- Aún más importante que completar un movimiento es el mirar las posibilidades y respuestas de nuestro cuerpo; la exploración realizada.
El método es un proceso de aprendizaje que genera -y al practicarlo es evidente- cambios a nivel neuronal que van dejando huellas nuevas en el cerebro y en el sistema nervioso y motor. El sistema nervioso aprende. Cada indicación, cada movimiento, cada emoción, pensamiento y sentimiento es una invitación a habitar ese momento presente con atención y conciencia, con la evidente y valiosa posibilidad personal de sacar al cuerpo a la autopercepción, a la misma memoria del cotidiano histórico; con la oportunidad de mirar también aquellas tensiones, aquellos dolores y malestares casi imperceptibles o casi totalmente integrados en el día a día y preguntarse por ellos, por su posible mensaje y su posible alcance … antes de dejarlos ir en el momento propicio.
El encuentro con el método Feldenkrais me recuerda en algo al método Alexander. Se lo comparto a Paulina durante un momento de diálogo en grupo y me sorprende el saber que, inclusive, fueron amigos hasta que “ya no lo fueron más”. Y, sin embargo, estas referencias conceptuales, valoradas intelectualmente, no son lo más importante en el contexto de un taller de este tipo. El diálogo se vuelve más sensible, de exploración, a través de la palabra, de la exploración ocurrida en el cuerpo. Nos dice Paulina que los espacios de diálogo en el método son mínimos y quizá inexistentes; lo que cuenta es la experiencia individual generada.
Al salir a uno de los recesos, Paulina nos entrega un material que luego nos crearía una experiencia ingeniosa y reveladora: un bloque de plastilina fría y dura. Nos dice que la suavicemos. La tarea podría no sonar difícil y, sin embargo, para mí lo fue. Aún luego de varios minutos bajo del sol y cortándola en pedazos, su dureza no cedía y su temperatura apenas aumentaba. De regreso nos dice la actividad: “hacer en plastilina nuestro cuerpo”. ¿Cómo? Con los ojos cerrados. ¿Cómo? Resistiendo a toda costa la tentación de abrir los ojos. Nada; ni un atisbo, ni un reojo, si es necesario hay vendas para los ojos. Eso de mirar “cómo está quedando” fue, en efecto, una gran tentación, pero nada podía arruinar la sorpresa del resultado final a la hora indicada para mirar. Llega el momento de abrir lo ojos y llega la sorpresa: pequeños cuerpos humanos de diversos tamaños y proporciones, en posiciones, movimientos y actitudes también variadas; y el contraste entre “eso que pensé que estaba haciendo” y “lo que finalmente hice”. Miramos y comentamos los trabajos hechos en grupo. ¿Cómo nos miramos? ¿Cómo nos miran? ¿Cómo nos pensamos, sentimos, vivimos? Las figuras logradas se ubican en la chimenea de la antigua sala convertida en sala de taller y nos acompañan hasta el cierre.
El taller continúa. Indicaciones, movimiento, sentimiento, exploración, preguntas, posibles caminos, memoria, posibilidades. Integración. Lejos de la compulsión por el logro, del logro a través de la fuerza, de la tensión y presión de hacer para tener; cerca del sentir, del ser íntegro, de las posibilidades no vistas, del movimiento consciente, de la quietud, del silencio interior en donde ya está todo. Ahora tengo mayor claridad acerca de por qué el método Feldenkrais ofrece y logra mirar y habitar esos nuevos paisajes del ser. Gracias Paulina.