De la escritura como práctica del movimiento, para el movimiento y como movimiento; y el movimiento como modalidad de la escritura
(Apuntes de las [mis] relaciones entre danza y escritura).
Por: Bertha Díaz
En el 2014 diseñé un laboratorio al que titulé “Poner la escritura en movimiento, movilizar el sentido de la escritura”, destinado a un proceso exploratorio exclusivamente con bailarinxs. Mi interés aparente y primario era compartir algunas herramientas de la escritura para que quienes trabajan en las prácticas de la danza por un lado se desplacen de la noción tiránica dominante de que la escritura es solo patrimonio de quienes trabajan en disciplinas en donde ella es más visible para su ejercicio y que, además, se asocian con procesos más intelectuales-logocéntricos. Y, por otro lado, mi deseo era que quienes ofician su trabajo con y desde el movimiento exploren la escritura como herramienta que permite la interrogación de su praxis, al tiempo que su expansión y su agitación. Asimismo, que se encuentren con ella en su dimensión matérica, tal como se explora al mismo cuerpo o a los objetos con los que se constituyen los procesos de montaje.
Debajo de estos intereses, sin embargo, subyacía un deseo más personal: permitirme a mí misma, a través de lo que puede la danza como práctica del movimiento y en movimiento, un ensayo permanente para ampliar las posibilidades plásticas de mi escritura, agitarle sus modos de obraje, activarla más allá de su labor de inscribir sentido (como significado) y llevarla a un lugar donde ella misma ponga en juego sus límites expresivos, la relación con los espacios en los que opera y permitirse re-operarse a sí misma en dicho estado de encuentro.
Mi propio relación con la escritura y las prácticas escénicas, en este caso la danza en particular, ha atravesado una mutación con el paso del tiempo; debería decir más precisamente: una movilización. A los 20 años de edad, en el 2003, empecé a generar mis primeros ejercicios de escritura frente a la escena, que he continuado durante todo este tiempo. Es decir, una suerte de práctica (amparada por el periodismo, en sus inicios; y luego por la crítica), que implicaba un ejercicio de escritura que me permitía generar una suerte de pista de aterrizaje para mis actos del mirar la danza, así como para las resonancias de dicho acto en mi cuerpo. Además, se ha tratado de un ejercicio de nombrar con la lengua de la escritura aquello que había sido nombrado por la lengua danza, como una suerte de pacto expansivo de ese vibración provocada por ese corpus efímero que crea la producción danzaria.
Así, mi escritura no ha sido sobre lo visto, sino desde lo visto; una escritura que reconoce que la forma de otra modalidad de la escritura, efímera, con los cuerpos y espacial ejerce un afecto sobre la escritura como inscripción en papel y en ese efecto del afecto esta última trastoca su modo de uso y su modo de ser. Lo que intento decir es que poco a poco este trabajo se volvió –sobre todo- un experimento continuo la relación que se propicia entre escrituras; es decir, entre lo que ellas pueden en tanto cuerpos vivos que permiten azuzar vivamente también los sentidos de quienes estas escrituras tocan.
Aunque este acto de escrituras críticas lo he continuado durante estos años, poco a poco fui saliendo de la escritura frente a la escena para posarme en una escritura con la escena, a través de la escena y en la escena. Ello, para vincularme con la escritura como escena, así como con la escena en tanto escritura; pero también, para acercarme a ella en cualquiera de sus modalidades como práctica del movimiento, en movimiento y propulsadora de movimiento. De esta manera, he ido permitiéndome a mí misma, pero también a mi escritura reconocerse en tanto actividad corpopensante. Y empezar a pensar más que en la escritura, en los actos del escribir, que implican también una praxis de aguzación de lo que ocurre en su antesala: quiero decir, en los actos del ver/sentir/palpar/oír otras materias vivas que la impelen a generar procesos expresivos de sí misma.
Los apuntes que comparto aquí están articulados sobre la base de la experiencia siempre en actualización que me provoca esta práctica. El laboratorio que referí al inicio de este texto lo he desarrollado en varios formatos (presencial y virtual), con colectivos de bailarinxs diversos entre el 2014 y el 2021. A su vez, esto dio paso a dos otros procesos de laboratorio que titulé: El cuerpo, dispositivo de registro, activador de escrituras; y el Laboratorio-colectivo efímero de escrituras sobre lo efímero. Actualmente, sigo interrogando dichos hallazgos en una materia llamada Dramaturgias de la danza, que ofrezco en el marco de la carrera de Danza de la Universidad de las Artes, en la que trabajo.
He articulado lo que sigue a través de un pequeño glosario que me sirve como lugar temporal para poder organizar el pensamiento. Pero, a su vez, lo reconozco como lugar fangoso o móvil.
Escritura: Etimológicamente del latín scriptura (resultado de escribir, compuesta con la palabra scripts (escrito). Es el participio del verbo scribere: trazar marcar, escribir. Se vincula a una raíz indoeuropea *(s)kribh: cortar, separar, distinguir. El sufijo ura quiere decir resultado.
Más allá de la etimología, entiendo la escritura como materia viva articulada por signos, y, por ende, materia expresiva. Además, como contenedor y transductor expresivo; es decir, como vector que vehicula una fuerza manifiesta con otros elementos y que se ofrece físicamente como una de sus posibilidades para continuar con su flujo de vida, como objeto que expande dicha potencia. También, entiendo la escritura como detonante de imágenes, como semilla de lo experiencial y como imagen y experiencia en sí misma; y –a su vez- como materia aural [en toda escritura vibra una voz en su pliegue interno, y que –al ser leída- se pondrá a flor de su propia piel]. Además, la escritura como organizadora de lo que han experimentado mis sentidos, al tiempo ser el material para articular una sintaxis temporal de aquello que me impele y gravita a mi alrededor multidimensionalmente, multisensorialmente. Escritura como zurcido de sentido y como desorganizadors de la relación gobernante con los sentidos.
Sentido(s): En el encuentro con las prácticas del movimiento, me he permitido salir de la idea de escritura como aquella práctica que determina el sentido como significado. Ese delirio (salir de los lindes del sentido) me ha llevado a experimentar incesantemente relaciones alternas con mis propios sentidos. Quiero decir: con el tacto, gusto, olfato, oído y vista, para a partir de tal experimentación ir hacia la búsqueda de la desautomatización de la relación con ellos, de su desnudamiento y desanudamiento. Adicionalmente, me ha llevado al reconocimiento de que nuestros sentidos son albergadores de memoria, son archivadores de lo sensible que constituye el mundo. Cada vez que presto los sentidos para articular un sentido posible sobre algo, presto también los archivos que estos sentidos recolectan cada vez que se ponen en este juego. Así: mirar es siempre prestar los ojos; o sea, el aparato ocular con su capacidad anatómico-técnica, e igualmente es ofrecer los archivos de lo mirado en esa puesta en acto. Los actos del mirar, entonces, se entienden como tejer entre lo que se está viendo y lo que se ha visto. Acto de tejer siempre como (pre) texto (más adelante desarrollo más la noción de texto).
Actos: La palabra acto proviene del latín actos, -us, sustantivo de efecto verbal derivado del supino actuó, del verbo agere (llevar a cabo, mover adelante). Me interesa pensar en términos de actos justamente porque implica ponerse a hacer y además tiene en su núcleo el ímpetu movimental de la danza. Reconocer al ejercicio del disponer los sentidos para dejarse afectar por lo vivo como acto implica un impulso de movimiento hacia aquello, un desplazamiento del propio lugar; es decir, un desajuste para ponerse en el lugar del otro (pequeño acto político). Los sentidos, además, ejercen sus propios actos. El acto de ver es un ejercicio de accionar la mirada, pero también de desplazarla. Así también, pensar en términos de actos de la escritura, entraña un reconocimiento de ello como gesto inacabado, como práctica que traslada algo y se traslada así misma en dicha locomoción.
Texto/textus: proviene del latín textus, participio de texo, del verbo texere: tejer trenzar, entrelazar. [Todo texto empieza en las manos, órganos por excelencia que permiten la puesta en funcionamiento del sentido del tocar. Todo ejercicio de configuración de textos es escritura que toca, que se ejerce con los cuerpos para ducho oficio. Tener tacto es también, modular el modo de estar con otro, es el deseo de que emerja una delicadeza, para lo común, para la puesta en común]. La RAE dice: Texto: Cuerpo de un escrito. No hay escrito sin cuerpo. No hay escritura sin cuerpo, sin un para los cuerpos, sin entenderse a ella misma como cuerpo.
Cuerpo: Organismo vivo, vehiculador de lo vivo, que tiene la capacidad de afectar y ser afectado. Escritura como cuerpo; los cuerpo como detonadores de escrituras, como materiales que está siempre escribiendo sobre el mundo e inscribiendo sentidos (vías posibles) en el mundo.
Movimiento: Acción ya la vez resultado de mover. Pero también desplazar, mudar (mutar) y también agitar. La RAE dice: estado de los cuerpos mientras cambian de lugar o de posición. Pero también dice: alteración, inquietud o conmoción. La escritura como movimiento se alza entonces como un desplazamiento, un acto de agitación, pero también algo que al tiempo que sitúa, ordena, zurce y organiza, altera, desterritorializa, se fuga.
-Hasta aquí mi abroche de unas primeras especulaciones-
Nota final:
Algunas de las referencias, como bien apunta el texto, vienen de la versión digital del diccionario de la Real Academia Española y de http://etimologias.dechile.net/.
