“El Susurro del Cuerpo”

Cuando instalamos nuestros cuerpos en un “espacio vacío” intencionalmente, se produce un fenómeno indescriptible. El cuerpo empieza a habitar el espacio desde una perspectiva extra cotidiana. El espacio se torna maleable, se expande, se empequeñece, contiene al cuerpo en movimiento como si fuera un lienzo blanco palpitando cuando recibe los primeros trazos de pintura, o como una hoja vacía que recibe las primeras letras de una historia.

El cuerpo moviéndose -en el espacio vacío- empieza a susurrar sensaciones, recuerdos lejanos que regresan dando vida a un movimiento que ya no es el cotidiano, el que realizamos inconscientemente, mecánicamente. Nace un movimiento consciente, elegido.

El esqueleto es un conjunto de huesos porosos y vivos, unidos entre sí. Las articulaciones permiten que nosotros y nosotras podamos movernos. Sin espacio, no hay movimiento. Cada articulación es espacio, vacío, nada. El vacío da cabida al movimiento de los dedos, de las muñecas, de los codos, del cuello; el vacío permite que podamos hablar, caminar, sentarnos y respirar. El vacío de la caja torácica, da cabida a un corazón palpitante.

La imaginería del esqueleto es una manera sutil de organizar el cuerpo para lograr un movimiento consciente, despierto, óptimo y sensible. Microsegundos antes de moverse decidir: un motor, una dirección, una textura.

La dramaturgia del cuerpo está escrita en el propio cuerpo, donde no hay cabida para interpretaciones fantasiosas, sino, que es simplemente, un recorrido consciente de lo que es.

El esqueleto es, y su estructura, sus vacíos, sus   llenos y sus formas espiraladas lo conforman; y nos entregan una dramaturgia perfecta, con material infinito para crear una interpretación viva, creativa y actual, que nos entrega un conocimiento vasto de nosotras y nosotros mismos, de nuestras infinitas posibilidades de movimiento e interpretación. Una herramienta invalorable para la interpretación del texto teatral o del texto dancístico, es la dramaturgia del cuerpo.

Cuando instalamos nuestra intención en el espacio vacío de fuera del cuerpo (donde la piel es frontera),  se produce un fenómeno esencial, donde lo que no se manifiesta en la superficie, surge; surge una frecuencia vibratoria más parecida a una nota musical, una esencia que sólo puede producirse en el vacío. Parecería que el espacio se detuviera y en la escena se crea un espacio expandido que va mucho más allá de un hecho cotidiano; se crea un hecho energético donde el Ser completo del dramaturgo, de la dramaturga,  o de la coreógrafa o  el coreógrafo, del actor o la actriz,  o del bailarín y la bailarina, plasma en movimiento y palabra artísticos.

Entonces se inicia un susurro, el susurro del cuerpo, que es percibido por el espectador como un fenómeno que puede emocionarlo, transportarlo a su propio mundo esencial donde siente, piensa y contacta con su propio vacío.

Para que pueda darse este salto cualitativo, de presencia escénica, es necesaria una decisión consciente que deben realizar la bailarina, el bailarín, el actor o la actriz.

El acto escénico debe ser preparado a través de la quietud y el silencio. La quietud y el silencio son el lugar donde se debe buscar lo que no se manifiesta a simple vista. Si sabemos dónde buscar, lo encontraremos en todas partes.

La dramaturgia del cuerpo, se percibe en primera instancia, a través de una decisión consciente de acceder a ella. En segunda instancia, a través de la quietud física que lleva a tomar contacto con su forma y existencia y, en tercera instancia, a través del silencio, que permite que el sonido pueda ser percibido.

 

Julio de 2009

En blanco y negro. Una mujer sostiene un objeto en forma de bebé y lo mira.
Foto: Yananil Lozano

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