Es vestirme de piel, huesos, músculos, sangre, órganos. Con esta vestimenta acariciar la memoria, golpear el silencio, estrechar el tiempo. Es recoger en esa bolsa de piel todos mis fragmentos. Es dejarme caer y no levantarme, porque sí; porque no quiero, por el placer infinito de chorrearme, de trasmutar a un estado líquido, de vivir el mundo desde esa horizontalidad de los vencidos. Es saltar para sacudir el corazón, los intestinos y los prejuicios. Es saborear el cansancio de atravesar el límite, con la posibilidad de perderse sin retorno.
Es vestirme de palabras, las que están todo el tiempo susurrando pero no se animan a salir con fuerza. Es gritar dolores; los que se confunden con los huesos y, de vez en cuando, se hincan en la piel. Es protestar injusticias, las que solo pueden resolverse con violencia. Es reír la resistencia de la ternura. Es gemir los orgasmos de la locura. Escuchar los ecos de otros cuerpos.