Para mí bailar es recogerme, juntar los fragmentos, los pedazos de mí misma que, de alguna manera, han sido olvidados en el tiempo. Bailar me da la posibilidad de completarme, de poder sentir que no hay nada equivocado en mí; que puedo bailar desde lo que soy: mi cuerpo, mi historia, mis memorias, mis sensaciones y emociones. Bailar es un llamado a existir. Soy a través de la danza, soy siendo en el movimiento, en la respiración, con todos mis tejidos. Bailar me permite ser libre de las cosas, de lo que me aprisiona y me esclaviza, de las creencias, de las verdades, de mí misma. Bailar me permite deconstruirme cada día, encontrarme con la novedad, la posibilidad y, en algún momento, con el milagro.
Enseñar me parece una palabra arrogante; no tengo nada que enseñar a nadie. Prefiero decir que me comparto desde una relación amorosa y de absoluto respeto hacia los procesos vividos por los otres; relación establecida dentro de los parámetros de la horizontalidad. Aprender a compartir es un proceso largo que implica recibir al otro en sus diferencias y particularidades. Para mí es un reto poder ofrecer una clase en la cual cada quien encuentre su manera personal de moverse, en la cual, más bien, puedan desaprender hábitos inconscientes, patrones de movimiento impuestos desde afuera que impiden desarrollar sus posibilidades; donde la auto observación constante les conduzca a un estado de presencia, alejados del juicio de lo correcto o incorrecto. Me interesa fomentar un espacio en el que cada quien pueda experimentar y moverse integrando todo lo que es desde su alteridad.
Ahora aprendo con calma, sin angustia, recibiendo lo que va llegando. Dejando más bien que las cosas me encuentren, que la vida me toque. Aprendo sin resistencia y, a veces, con resistencia. Aprendo soltando lo que ya no es, lo que ya fue y observando lo que aún no puede irse. Aprendo abriendo la posibilidad de ir a lo desconocido, lo incierto. Aprendo todos los días un poco de todos los seres y las cosas que me rodean y de mí misma.