
Carolina Pepper
Vengo de una familia de músicos, pero a mí me dio por la danza desde los tres años. Cuando estudiaba mi bachillerato en artes plásticas recibí una llamada que me daba por acreedora de una beca en Tailandia por un año. Mi abuela se negó; era el otro lado del mundo. Yo tenía solo diez y seis años a inicios de los noventa. La palabra internet no aparecía en nuestros vocabularios. Pero mi padre exclamó: -No la crío para que sea una señorita, sino una guerrera-. Viajé y ese fue mi primer asomo a la vida y al amplísimo universo de las danzas del mundo. Desde entonces no he parado de curiosear en distintas latitudes y formas de movimiento escénico, extra-escénico y multidisciplinar. He andado por cuatro continentes y gastado zapatos hasta hacerles hueco; he danzado en desiertos, calles, manglares, techos y bajo el agua, unas veces como parte de la labor y, otras, solo por vivirlo y estar ahí. Hoy estoy criando un polluelo y solo espero poder soplar sus alas y, ojalá, llegar a volar juntos. Él también ama danzar, pero lo hace en serio, lo mío es solo profesión. Aburro a mis estudiantes repitiendo que no descarten los errores, que hagan uso de ellos como insumos creativos para danzar. Por mi parte, me sigo construyendo.