Cristina Baquerizo

Era una niña con mucha energía. Siempre estaba trepando todo, cayendo, corriendo. Mis rodillas tenían muchas cicatrices. Bailaba en las fiestas de adultos hasta el fin. Mi mamá me decía: “tienes manos grandes mejor toca el piano” y yo quería bailar, saltar y tirarme por el piso. En la adolescencia estuve, como muchos, muy perdida y confundida y entonces me decidí a hacer lo que más me gusta, sin preocuparme mucho del futuro y del que dirán, que en mi familia era lo más importante. La danza ha sido y sigue siendo la mejor medicina, la mejor compañera, el mejor soporte en todos los momentos de mi vida. Le he dado todo porque es generosa conmigo; confío en mi danza más que nada. Hoy, sigo aprendiendo de mi cuerpo, de los cuerpos de quienes me acompañan en este hermoso viaje en el que no hay fronteras, la danza es mi vida, es estar en el presente. Es un viaje de transformación eterna, nada es permanente. Crecemos en cada paso, nos movemos también cuando elegimos detenernos y contemplar la vida, el tiempo es constante, el espacio se transforma con nuestra presencia.

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