Jorge Parra Landázuri

Me hubiese gustado llamarme solo Jorge Landázuri, mi madre hizo todo el trabajo en mi evolución de niño hasta la adultez. Durante mi infancia, fui muy feliz en casa, un hogar humilde, lleno de mujeres fuertes, mi abuela tenía todo bajo control, le seguía mi madre, su hija mayor. La casa estaba a cargo de las mujeres y la comida era un ritual de encuentros espectaculares, yo disfrutaba mucho de comer, aprendí a cocinar con mi abuela y mamá a los 7 años.

Siempre me juntaba con mis tíos mayores, así es que no tuve muchos amigos de mi edad, mis tíos llegaban a casa los fines de semana o en las tardes entre semana y mi abuela preparaba pan, otras veces cocinaba cosillas de masa hecha en casa y café filtrado a cuenta gotas, por ello, aprendí a beber café desde muy niño, me robaba la esencia y me la bebía amarga.

A los 8 años empecé a correr en competencias de la primaria y desarrollé un gusto y pasión por la velocidad, el salto, las carreras con obstáculos y postas. En verdad, desarrollé un gusto por esas certezas que me brindaba el cuerpo; siendo un niño muy travieso e hiperactivo, mamá en su sabiduría, me mantenía ocupado, así es que además del deporte hacía danza folclórica y estaba en un coro, a esto se juntaba que en las reuniones familiares un primo de mi mamá tocaba la guitarra y yo cantaba pasillos clásicos, pero cobraba por hacerlo, eso hacía que al día siguiente yo vaya a la escuela con algún dinero extra en relación al resto, me gustaba gastarlo todo y compartirlo con quien haga falta.

Sufría de migrañas y recuerdo visitas a los psicólogos y muchas medicinas, esto hizo que al culminar la primaria abandonara la danza, los deportes y todo esfuerzo, entraba en tratamientos muy frecuentemente y pasaba mucho tiempo dormido.

A los 15 años tuve mi primer amor, una historia especial, que me cambió la vida por completo, dejé de ser adolescente y me volví un hombre, o eso creí, mientras los psiquiatras y psicólogos me mandaban medicinas, aquella historia romántica me entregó certezas y decidí dejar de tomar medicinas, desde entonces valoro mucho estar despierto, dormir solo lo estrictamente necesario. Un día tuve el valor de preguntarle al neurólogo porque no podía correr más o hacer artes marciales y me dijo: -tú tuviste un indicio, una posibilidad de un tipo de epilepsia llamada ausencias, pero no se desarrolló, así es que debes hacer lo que desees, eres un joven como todos- Salí de ahí más seguro que nunca, feliz y con ganas de comerme el mundo.

Terminado el colegio mi madre dijo que debía seguir una carrera productiva si quería su apoyo o buscar mis propios recursos y hacer lo que yo quisiera, así es que obedecí, me busqué un trabajo, salí de casa y entré a estudiar teatro, vendía todo lo que podía y creía que el teatro me haría el mejor vendedor el mundo pues cuando pude darme cuenta ya había abandonado las ventas y el teatro había tomado mi vida.

A los veinte años mi profesor de expresión corporal me dijo: -tus ejercicios son muy buenos, están organizados, son como una coreografía, tienes que tener talento para la danza, ¿no has pensado en hacer algún curso?- y ¡magia! enseguida descubrí un vacacional de ballet (1983) me lesioné al poco tiempo, y paré tres meses, pero, supe que la danza sería mi nueva ruta a seguir y que el teatro podía esperarme, así es que hice muchas cosas para lograr bailar, mis maestros no creían eso posible por mi edad adulta, por mi raza, por múltiples factores -no lo lograrás- decían y no había nada más poderoso para mí que un -no se puede-.

Hice ballet en escuelas, mientras eso pasaba vendía hamburguesas, hacía teatro ligero en bares, bailaba con una mujer iraní disfrazado de su hijo y daba clases en gimnasios y maquillaba modelos -por cierto eso del maquillaje surgió como un descubrimiento dentro del teatro- en fin, esto sucedió en Quito entre los años 1984 y 1988. Volví a Guayaquil y me uní a mi maestro, quien no creía que bailaría y a otro ser extraordinario, mi último maestro de ballet, con él tuve un proceso maravilloso de crecimiento técnico, grandes enseñanzas artísticas y espirituales, -creería que Philip ha sido mi único maestro- me enseñó a ser mi propio maestro, a entender mi cuerpo y a amarlo en poco tiempo.

En 1990 inicia mi carrera en la danza contemporánea, la docencia y la creación, desde 1995 emprendí el deseo por la gestión hasta la fecha y en 2009 decidí emprender una nueva meta, Zona Escena, dejando atrás veinte años junto a Sarao y empezando desde el vacío, desde el punto cero, estoy feliz de mi carrera, de a veces desmoronar las estructuras que me habían constituido, de volverme a un recurrente principio y ahora mismo mi vida está trastocada por una fascinante contaminación de personas, saberes y caminos recorridos, muchos nuevos sueños que manifestar. Gracias por permitirme hacer esta reflexión, no sé si está bien escrita y la verdad, no es mi interés ser un escritor, pero si ser honesto y sincero.

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