
Rosa Amelia Poveda Núñez
Siempre he sentido que en la danza existe algo más de ella misma. Como algo que se desborda y se mantiene, al mismo tiempo, en control. Un espacio liminal que hacía que, a pesar del cansancio, saliera de mi casa para entrenarme y reencontrarme. A veces sola y otras veces en compañía. La danza siempre me ha acompañado y regalado momentos de indescriptible belleza. Cada vez que danzo, aunque sea una variación conocida, encuentro diversos escorzos, donde se revelan también alteridades como el espacio o mi propia respiración. Curiosamente los pensamientos que surgen de esas epifanías vinculan todo un saber y quedando como una huella, a la cual, se le dificulta su descripción. Por esta razón, mi afán por crear bitácoras que permitan, desde primera persona, historizar el propio contenido de nuestra danza. Permitirse sentir la reminiscencia del movimiento para potenciar el siguiente movimiento. En algunos procesos coreográficos, que he abordado con grupos numerosos, he sido testigo de cuando la danza se manifiesta en un intérprete y cómo -su contagio- dentro del grupo los lleva a otro estadio. Así también, en el proceso de coreografía es cómo si todo lo que hicieras y leyeras fuera, afortunadamente, sumando al proceso. De repente caminas en la calle y encuentras ahí lo que necesitas.