Diálogo con Jorge Alcolea

Por Viviana Sánchez

Hace poco más de 15 años conocí a Jorge Alcolea, cuando coincidimos en la Compañía Nacional de Danza. Escribir este texto significa un reencuentro con su trabajo pero, sobre todo, con todas las reflexiones que él ha ido desarrollando a lo largo de estos años. La escritura de este texto no sería lo que es sin el aporte de Paulina Peñaherrera y Gabriela Paredes quienes, pacientemente, se dieron el tiempo de leer y comprender lo que intento comunicar; sin Jorge Alcolea quien, generosamente, respondió todas mis preguntas; detalles maravillosos de trabajar en equipo. 

Del vivir en imágenes fugaces y el valor de la decisión. 

La clase de Jorge Alcolea

“en la no escucha el caos”

Jorge Alcolea 

Clase de marzo 2020 

Por Viviana Sánchez

Estas líneas se entretejen sobre el recuerdo de trazos y ecos que varios cuerpos en movimiento, a través de sus singularidades, dejaron en mi memoria. Forman parte de una investigación sobre metodologías de enseñanza de danza contemporánea en nuestro contexto local, trabajo que empezó con la pregunta: ¿cómo haces para enseñar danza? Este análisis se realizó mediante la observación participación, con el fin de acercarme a la manera en que Jorge Alcolea comprende la danza y comparte sus conocimientos; se llevó a cabo durante los meses de febrero y marzo del 2020 en el taller que la Compañía Nacional de Danza abrió para bailarines independientes en la ciudad de Quito.

Compartieron esa experiencia de aprendizaje tres grupos de participantes diferentes. Personas de nivel intermedio que inician un cambio de piel al aprender “otras” maneras. También los que conocen e incluso eligen cómo, por qué y con quién van a realizar un entrenamiento, para desarrollar y perfeccionar sus capacidades físicas y pedagógicas, a quienes Jorge califica como bailarines-maestros. Y un tercer grupo de personas que tenían ahí un primer contacto con un espacio profesional y sus demandas técnicas y vocacionales propias del oficio. Este micro universo de niveles y estilos, reflejo del contexto de danza independiente de la ciudad de Quito, significó para Jorge un reto metodológico desde el principio, por lo que debió desplegar toda su capacidad para descifrar, en el transcurso de los días, las diversas demandas que se presentaban de “parte de los que compartimos el espacio-clase”. 

Su clase trabaja la conducción de la energía para el movimiento, la articularidad, las subdivisiones, las formas que puede crear, adoptar y dibujar el cuerpo o, a las que una figura antropomorfa puede renunciar y diluirse en busca de otros apoyos, suspensiones y equilibrios; se concentra en la búsqueda de volumen y relieve en el movimiento, hace un énfasis en el trabajo de los brazos -como otra alternativa a lo que hacen los pies en otras técnicas-. Explora las posibilidades espaciales en relación a sus 360 grados, cambios de frente, dinámicas grupales con alteraciones secuenciales que influyen en cuándo, hacia dónde y con quién se ejecuta un ejercicio; el cuerpo “trasplanta” su movimiento de posición vertical hacia el piso que es otro nivel en medio de muchos niveles, lo que demanda estrategias muy particulares y transforma la sesión completa en un lugar de exploración y búsqueda creativa.

Pero, más allá de los principios técnicos de su trabajo, mi mirada descubre la observación y la escucha como base de su metodología, como hilos fundamentales que sostienen el entretejido que configuran los y las intérpretes en ese compartir-crear conocimiento; es a través de esas características que construye el cómo. Sin embargo, para Jorge Alcolea la base de su método es el desarrollo del pensamiento propio; cuando piensas en movimiento, por lo tanto, la clase potencializa la capacidad creativa de cada persona; por medio del uso de metáforas activa la subjetividad de quien toma la clase; ese compartir-crear convierte a la experiencia-aprendizaje en una vivencia siempre cambiante, siempre pasando a ejercicios, formas y combinaciones nuevas, rápidas y vertiginosas con el fin de vivenciar y arribar en segundos a conceptos, a dinámicas, a estructuras creativas más que a formas. Jorge trae una frase desde su clase que compite, aunque a mi parecer complementa, con la “Observación y escucha” que planteo y es “vivir en imágenes fugaces”; de esa manera se construye el pensamiento acción de un cuerpo que vibra.

Su metodología abarca la reflexión de la corporeidad como una estructura o circuito complejo que está permeado por el espacio y la relación que decide con éste. Además, utiliza otras estrategias para generar un ambiente de confianza donde se socializan dudas, aprendizajes y descubrimientos que se generan entre todos los presentes. De esta manera, el material que se va produciendo y creando (de lo básico a lo complejo) rota, y todos tienen acceso al mismo, tanto a nivel espacial como cognitivo. Una característica importante es que, además del uso diverso del espacio y sus frentes, busca alterar los estados de conciencia sobre el cuerpo y el espacio, creando imágenes mentales acompañado de texturas sonoras (mi cuerpo está frotando, mis dedos son propulsores de un cohete espacial, no tengo huesos, desaparecen los límites de mi cuerpo o los del espacio que me sostiene, mi cuerpo asume características de otros animales, etc.)”. 

Existe en su clase un flujo continuo que no debe confundirse con un movimiento incesante del o la intérprete, una movilidad que no permite hacerse cargo del cuerpo, al contrario, en todo momento la clase está plagada de invitaciones a decidir, a estar en el presente y arriesgarse, “abrir el mapa” a través de un desplazamiento hacia adentro. Se plantean dos ámbitos: uno hacia afuera, en contacto con el espacio móvil, los cuerpos, sus respiraciones y tiempos, y otro hacia adentro, que percibe el ritmo en una profundización de la auto-sensopercepción; la concentración debe ser exterior e interior en un diálogo constante, la clase-experiencia comparte y desarrolla el conocimiento mientras las personas se trenzan, cruzan y ordenan en respuesta a la intuición natural del cuerpo a ubicarse entre opciones y posibilidades para despertar las atenciones, sí, así en plural, y donde todos sientan que comparten un espacio común.

Me parece pertinente esclarecer desde dónde realizo la lectura y comprensión del trabajo de Jorge Alcolea al día de hoy. Mi mirada tiene como lente específico el percibir al ser social; por lo tanto, es fundamental reconocer en él a un ser que ha ido dialogando con el entorno particular de la danza de nuestro país, tan peculiar, valioso y singular, donde la formación profesional en danza no cruza por las “escuelas” e instituciones sino por hibridaciones e interpretaciones de lenguajes diversos en espacios variados que han constituido nuestro proceso dancístico; comprendiendo cuerpos diferentes a los caribeños, con paradigmas culturales diversos, en otro espacio físico donde su cuerpo mismo debió adaptarse y encontrar un lugar. Es sobre esa característica, esa particularidad, que escribo en este artículo y asumo el riesgo de hablar sobre lo intangible e inaprensible de su enseñar danza.

Su metodología refleja todo ese acoplamiento y adaptación a otro entorno físico, cultural y social que califico como observación y escucha; es más: me atrevo a decir que esa es la razón por la que se ocupa del espacio para la clase -para la vida- tan insistentemente, pues todos buscamos dónde, buscamos un espacio, todos encajamos; manejar el espacio también es danza, en sus mismas palabras, no hay que hacer esfuerzos por juntar la danza con la vida, la danza no es algo exterior a la vida, ¡es la vida! También acude a ese espacio interior, ese de las vísceras y cómo inciden en la captación, las formas y la dirección para liberar, fluir, pensar, abrir y volver a mí; llama mucho la atención esa frase de limpiando la casa, otra vez está presente ese doble ámbito al interior y exterior, otra vez está presente la decisión, es decir, estar vivos. 

Esa observación y escucha busca que los participantes no tengan miedo del dominio del cuerpo, porque lo relaciona con el habitar, con escuchar ese espacio interno, ya que solo desde ahí es posible pronunciarse con el pie, el brazo, el ser, es decir, solo en esa presencia se puede decidir. Éstas, sin duda, son frases muy “decidoras” de su clase y exploran lo dúctil, lo maleable del ser integralmente; acentúan la dificultad de la sencillez del movimiento con el fin de no subordinar el cuerpo y la danza a lo cinético como sinónimo de efectividad dancística, ya que podría convertirse en una otra normatividad que fija los cuerpos; por eso, cuando imparte un entrenamiento, a veces hace un trabajo de formación y cuando forma, también entrena, incluso hablaría de una tercera posibilidad, que es la de ser el puente hacia la formación de un oficio que posee un entrenamiento; es un traductor hacia algo inaprensible que en todos habita e invita a entrar en el cuerpo, a sumergir ese cuerpo en el espacio y habitar ese espacio en cada uno de esos mínimos movimientos.

Cito algunas:

  • Mis manos están activas corrigiendo pesos, correcciones espaciales, creando movilidad.
  • Mis dedos de los pies están activos, utilizó todos sus bordes y posibilidades de apoyo y desplazamiento.
  • Evitar fugas energéticas innecesarias cuando decido bajar al piso (no tirar la cola para atrás, levantar el brazo o la pierna hacia arriba cuando vas hacia abajo).
  • Buscar respuestas alternativas a los impactos con el piso (libero, no retengo).
  • Cuando al restringir la posibilidad de pensar en el arriba la horizontalidad aparece como exploración.
  • El ritmo de la clase tiende a hacerse rápido, y esto es a propósito; es una elección inconsciente, porque de esta manera se desarrollan las respuestas inmediatas, agilidad, la observación y revisión constante del entorno de la clase. Cuando estoy hablando del ritmo digo “elección inconsciente” y es todo lo contrario es una “elección consciente” 
Foto: Archivo personal

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