Bailar es una forma de aprender a entender, aprender a ver. Bailar es estar constantemente asomándome a un lugar desconocido, a un lugar/estado muy contradictorio, en el que disfruto estar, donde me siento seguro y, al mismo tiempo, a la expectativa de algo asombroso. Cada vez que “algo” aparece, es el indicio de que “algo más” está por venir; esa zona de comodidad donde no pienso, donde no interpreto, esa zona en la que simplemente me dejo llevar por el sentido y su interpretación que devienen en movimiento; un espacio en el que me siento constantemente juzgado y desde el que soy el único con el poder para decidir si eso importa o no.
Bailar es el dolor de rodillas que se vuelve sentible; entre muchas otras cosas pasando al mismo tiempo; es el ritmo que cambia para entender el cuerpo inflamado; es la elasticidad de mi mente intentando alcanzar la rapidez de mi cuerpo. Puto tiempo que se alenta cada vez que doy un paso en falso y el hormigueo detrás de mi nuca al sentir el piso que se mueve, se vuelve más duro, imparable y se acerca a mis manos que no están listas para recibirlo.
Como sinónimo de mostrar, enseño lo que bailo solo como una parte del conocimiento que intento transmitir. Bailar no se puede enseñar, bailar se aprende bailando, descifrando el hacer; bailo y enseño al mismo tiempo, como excusa para poder seguir bailando. Uno toma más protagonismo que el otro por la edad, por el cuerpo, por la necesidad de producir. No solo enseño lo que bailo, sino lo que bailé. Encontré cómo lidiar con un cuerpo sin forma, imitando; encontré sensaciones que ni siquiera aun entiendo, pero que disfruto repetir; enseño lo que bailé y lo que se aferró a mi carne después de haber repetido muchas veces y de diferentes formas, encontrando ¨eso¨ que no entiendo, pero que reconozco como un camino, el mío. Finalmente, bailo para enseñar que siempre me he bailado, sin “paras” sin “pors”, bailo lo que enseño, no hay otra forma.
Aprendo enseñando y aprendo bailando, sintiendo, haciendo. Mi relación con el resto se vuelve el escenario; aprendo en la relación, navegando entre cuerpos del espacio. Hay objetos en el espacio con los que me llevo mucho mejor. Es una cuestión de química con el espacio. Aprendo escribiendo de movimiento, pensando en el reconocimiento de lo opuesto de las cosas y en las posibilidades que este contraste me muestra. Aprendo de mi relación con las cosas, con lxs otrxs.
Quizás una de las cosas que más me ha enseñado es “darles vueltas a las cosas”, hasta que, finalmente, le prestó atención a ese lado de las cosas que no estoy percibiendo. Intento aprender con solo mirar, pero volverlo físico y sensible se torna imprescindible; si puedo sentirlo, puedo moverlo, o al menos intentar moverlo. La necesidad de aprender se sacia haciendo, pisoteando la frustración de quedarse con las ganas de aprender, siempre en gerundio, siempre pisándole los talones al futuro que deseo. Empujándome a no estar cómodo. Hacer no es tan difícil; lo difícil es comenzar a hacerlo. Despedirme de todo lo que estoy dejando atrás para comenzar a moverme.